Siempre era lo mismo con él. Nos peleábamos por alguna tontería y
él terminaba aprovechando algún descuido mío para callarme la boca
con un beso, y dependiendo del lugar donde estubiéramos, encontrar
una habitación vacía para tirárseme encima. Yo apenas le daba dos
o tres golpes con la mano en son de protesta y luego me dejaba
llevar. Entonces dejaba de pelear, no solo con él, sino con el mundo
entero, y me concentraba en sus ojos, su sonrisa y su pelo. A veces,
por momentos, me parecía sentir entonces, que me quería, atisbarlo
en sus pupilas. Pero no. Seguramente me equivocaba.
El
podría irse o quedarse a dormir, pero al levantarse invariablemente
diría algo cruel, que ninguniara cualquier sentimiento que pudiera
haber en el aire, que redujera lo que acababa de pasar a otro
revolcón sin importancia. Y yo, por estar a la altura respondería
algo del mismo estilo, con ironía envenenada, escondería para mí
cuanto le amaba. Porque mi amor por él me hacía débil, su víctima.
Era
tan antiguo ya este ritual, que no recuerdo el principio, si yo ya
era así, si me volví así por él, o él se volvió así por mi. O
acaso los dos simplemente nos encontramos y chocamos. El nunca fue mi
novio. Todas las veces que lo encontré fue mi amante. Era como la
droga y siempre terminaba enganchada a él. A esa forma de vida
toxica que era odiarle y amarle a partes iguales. Yo habría dejado a
cualquiera por él, pero él nunca dijo que me quería. Yo asumía
que no. Que le gustaba jugar conmigo y romperme el corazón por
deporte, que él sabia de mi amor porque era indisimulable, en mis
ojos, en mis labios y en la punta de mis dedos. Que volvía a
buscarme para divertirse de lo chistosa que era esa pobre mujer tan
enamorada de él pero que nunca lo admitiría.
Fue
con el tiempo que se formó una costra en mi corazón, que levanté
una barrera para que su desamor no me dañara, pero la terminé
usando contra todo el mundo. El también cambió, pero por el
contrario, su barrera se fue cayendo. Hasta que un día, pero de una
manera mezquina, pidió mi mano en matrimonio. “Te haré el favor
de casarme contigo”. Pero yo le rechacé, le amaba más que a nada,
pero no podía confiar en él. Entonces él se dio cuenta de que
estábamos dañados para siempre.
Y ya
ni siquiera sé si lo hizo por él o tal vez haya sido el único acto
de amor que hizo por mí. Pero un día se largó. Rompiéndome el
corazón como siempre. Se casó con otra y se fue lo mas lejos que
pudo, a donde no me pudieran llegar noticias de él. Para que fuera
libre, para poder sanar. Para reconstruir los pedazos de lo que queda
de nuestras vidas. El volvió al elemento al que pertenece con la que
siempre debió haber sido su mujer.
Y
yo, le agradezco que se fuera. Le agradezco que nos hiciera a ambos
ese favor.
Aun
hay días que le extraño. Aún su nombre es mi mantra para cuando
tengo ansiedad. Aun puedo sentir como se quiebra algo en mí cuando
le recuerdo.
Pero
sí, volvió después de varios años, hace poco a hablarme desde
donde está ahora, a decirme que pensaba volver. Solo. Dejando a su
mujer allá. Estaba jugando conmigo de nuevo? Quería ver como
reaccionaba, qué le decía?. Yo estaba bajo el embrujo de los dioses
méxicas y vivía por esos días adorando el suelo que pisaba Kaan.
Así que le respondí que bueno, bien por tí, como si se lo dijera a
un conocido que realmente no me importa.
“Supe
te casaste de nuevo” me dijo. Como se puede enterar de mi y yo no
de él? Le hablé 4 cosas de Kaan como si hubiera encontrado al
verdadero amor de mi vida, príncipe de mi existencia, sol de la
creación. Y esa fue la última vez que supe de Andrek.
Espero
que seas feliz. Maldito cilophyte.
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