Tenía que sacarme la duda, verlo en sus ojos, así que fui a buscar al Samo. Conozco su casa, ya he ido antes, esa vez me llevó Tleyotl que lo conoce bien.
Apenas me vio, se puso nervioso y le falló la voz. Me saludó como si yo fuera la reina del inframundo, cuando en realidad no soy nadie, una princesa desheredada, soy pinche nadie. Ah bueno, y la esposa del tipo que se seguía cogiendo de vez en cuando ,al menos si tiene un poco de sangre en la cara el negro éste.
- Señora... discúlpeme, yo, perdón... bienvenida. Dígame en que la puedo servir.
- Me pides perdón de arranque, mucha culpa debes tener en tu cabeza hacia mi.
- Sí, es así. Me avergüenza mirarla. Pero sé que usted sabe.
- Sabes porque he venido ahora?
- Kaan, ha dejado de venir hace meses, se lo juro, ya no le he visto más. Supuse que había decidido honrar su matrimonio y respetarla, señora.
- entonces, no sabes lo que le pasó a Kaan en diciembre?
- Le pasó algo?
- Mirame, Samo, mirame a los ojos, y repite. No sé lo que le pasó a Kaan.
- No lo sé.
- Mirándome!
- Princesa Coatlaxopeuh, le juro no sé lo que le ha pasado a Kaan. Por favor dígame si está bien.
Se me cayeron las lágrimas. Evidentemente Samo no había sido. era pura sinceridad en sus pupilas, y además, preocupación, estaba a punto de derrumbarse él mismo. Se quebró con mi llanto y lloró también. Le quieres de verdad, maldito pendejo. Sigues enamorado de mi marido, le quieres, jamás osarías hacerle daño.
- Necesito que me ayudes, Samo. Te lo voy a contar todo, pero necesito que me jures que no lo contarás a nadie, ni siquiera al mismo Kaan. Y si yo me entero que hablaste, créeme que mandaré un ejercito de aves Moán sobre tu casa a que te devoren vivo. Tu me vas a ayudar a encontrar al maldito que le hizo daño a mi esposo, porque después que te lo cuente, no vas a querer hacer otra cosa, estoy segura de eso.
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